Leonard Bernstein y Benny Goodman fotografiados por William P. Gottlieb ( Music Division, The New York Public Library) Estaba claro que iba a ser la música. Toda le interesaba al pequeño Lenny: la que sonaba en la radio y en los auditorios, tocar jazz en bodas para pagarse sus clases de piano (sabemos por sus cartas que le gustaba enseñar jazz a su madre), interpretar a Chopin o improvisar sobre boogie-woogie. Estaba hambriento, curioso y fascinado por la música. De hecho, y pese a su juventud y un entorno familiar en el que la música no pintaba nada, el niño estaba ya totalmente inmerso en la música tanto en sus momentos privados como en las amistades que fue creando, porque la música era además lo más divertido. Su vocación podía ser ignorada relativamente por su familia, pero era clara, especialmente para decepción de su padre. Habíamos dejado en nuestra anterior entrega al pequeño Lenny y a su amigo Sid Ramin adaptando piezas para dos pianos. Siempre recordaro
De nada sirve si no tiene swing (Capítulo 1, versículo 1 del Jazz según Duke Ellington)