Estoy convencida de que esto que voy a contar le sucede, en mayor o menor medida, a la mayoría de las personas. Me refiero a integrarnos en ciertas costumbres y ritos, de los que están bien arraigados en nuestra sociedad, y hacerlo con cara de póker como opción menos retraída. Por ejemplo: la nochevieja. Por alguna razón llevar a cabo un rito a las doce de la noche parece una buena idea. Tragar doce frutas en doce segundos también lo es. Armar jaleo y tirar petardos hasta la mañana destrozando la salud física y mental de humanos y caninos está permitido "porque es nochevieja". Y posee también un aspecto que siempre me ha llamado la atención: la convicción de que al cambiar de año las cosas cambian ("este año va a ser mejor", "qué ganas tenía de que se acabara este año") cuando en realidad, al pasar de 23:59 horas a las 00:00, tu ciática, tu hipoteca, tu desengaño, tu desempleo van a seguir exactamente igual. Pero este pensamiento (el de que las cosa
Retrato de 14 meses sin música en directo La primera norma en el ejercicio de la crítica es no hablar de uno mismo. La principal razón es que tú no eres el tema a discutir, sino una obra artística. El segundo, honestamente, es que ni pintas nada en el escenario de otro ni a nadie le interesas. Hoy no voy a escribir una crónica —como habría hecho en el pasado—, sino un pequeño ensayo en el que debo unir circunstancias y experiencias personales —prometo que lo mínimo posible— con hechos tanto históricos como artísticos. *** En noviembre de 2019 asistí al concierto de Myra Melford en JazzMadrid19. Piano solo. Fue un regalo para mí porque por razones totalmente subjetivas disfruto especialmente lo que sucede cuando los creadores se enfrentan a su instrumento sin acompañamiento alguno; suelen ofrecer una doble dimensión (musical y vital) que absorbo con especial avidez. Si se trata además de una de tus artistas contemporáneas favoritas, es como cantar bingo. Canté bingo. La música de Mel