Leonard Bernstein y Benny Goodman fotografiados por William P. Gottlieb (Music Division, The New York Public Library) |
Estaba claro que iba a ser la música. Toda le interesaba al pequeño Lenny: la que sonaba en la radio y en los auditorios, tocar jazz en bodas para pagarse sus clases de piano (sabemos por sus cartas que le gustaba enseñar jazz a su madre), interpretar a Chopin o improvisar sobre boogie-woogie. Estaba hambriento, curioso y fascinado por la música. De hecho, y pese a su juventud y un entorno familiar en el que la música no pintaba nada, el niño estaba ya totalmente inmerso en la música tanto en sus momentos privados como en las amistades que fue creando, porque la música era además lo más divertido. Su vocación podía ser ignorada relativamente por su familia, pero era clara, especialmente para decepción de su padre.
Habíamos dejado en nuestra anterior entrega al pequeño Lenny y a su amigo Sid Ramin adaptando piezas para dos pianos. Siempre recordaron que su mejor versión era de la de St Louis Blues.
Su familia pasaba los veranos en Sharon (Massachusetts), donde Sam había comprado una casa. De hecho, la mayoría de las familias utilizaban la vivienda en Sharon con ese propósito. Con 15 años, Leonard, que ya conoce y es conocido por todos en Sharon, monta su primer espectáculo: una comedia musical inspirada en Carmen, involucrando a todo aquel que pudo. Aprendió lo que es ser responsable de tantos frentes y el trabajo que conlleva, pero lo más importante de todo, la semilla básica que sin saber había germinado en el joven Lenny, fue lo divertido que le resultó.
Su destreza como instrumentista también mejoraba, de modo que las clases de piano con Mildred Spiegel pasaron a ser con Helen Coates en el conservatorio de Boston en octubre de 1932. Eran 6 dólares la hora, así que Sam redujo las clases de su hijo a una cada dos semanas. Helen pronto empezó a citarlo en la última clase del día para que esa única hora pudiera convertirse en hasta 3.
Helen y Leonard fueron amigos de por vida, compartieron una extensísima comunicación postal cuando Bernstein dejó Boston, y, años más tarde, se convirtió en su asistente.
Sus producciones en Sharon (las hizo durante algunos veranos) eran ya esperadas. Pero también con una edad que legalmente le permitía trabajar, aprovechaba para hacerlo. En 1937, como monitor musical de un campamento, formó y dirigió una banda de swing. Conoció en un campamento cercano a otro muchacho monitor, melómano empedernido, con quien entabló amistad. Su nombre era Adolph Green.
Cuando decidió que su elección universitaria en Harvard sería la música, le decepcionó que no se escuchara ninguna nota en los pasillos de la universidad (él personalmente se encargo de que eso cambiara años más tarde), de modo que gran parte de su formación musical la buscó fuera del campus. Esta decisión le dio un conocimiento más amplio en otros géneros y, sobre todo, importantes relaciones que musical y personalmente serían relevantes para el resto de su vida.
Su entrada en la universidad coincidió con su primer concierto oficial como pianista (fue el Concierto para piano y orquesta en sol mayor de Ravel); la crítica estaba sorprendida puesto que aquel pianista no había cumplido aún ni la veintena.
Fue en aquellos años cuando conoció —en un palco— al compositor Aaron Copland y, algo después, al maestro Serge Koussevitzky. Ambos fueron figuras básicas en su carrera además de consejeros y amigos.
Un apunte importante es que, sin haberlo discutido, tanto Copland como “Kouss” tuvieron claro desde un principio que en Leonard Bernstein podía realizarse el sueño del primer gran director de orquesta nacido, criado y formado en los EE UU. Esta visión fue para ellos aún más férrea según crecía el avance del fascismo y se desarrollaban los talentos musicales de Lenny. Por esa razón no instigaron en un mismo plano su carrera como compositor pese a que le aconsejaran sobre sus composiciones, le instaran a componer y fueran a menudo los primeros en recibir las partituras de Bernstein. Incluso cuando el éxito llegó con Fancy Free y, poco después, con On The Town (en España fue muy conocida la versión cinematográfica, Un Dia En Nueva York), reconocían su talento en el campo pero temían que lo distrajera de la meta: dirigir.
Pero volvamos a sus años en Harvard, con sus salidas, encuentros y descubrimientos.
Una de sus fructíferas amistades que poco tenían que ver con el ambiente universitario o de las selectas fiestas en la vivienda de Copland fue la que mantuvo con los miembros del grupo de comedia musical los Revuers. Su amigo Adolph Green era miembro del grupo; también lo eran Judy Holliday o Betty Comden, quien recordó cómo Bernstein acudió a Nueva York para asistir a una de sus actuaciones en el Village Vanguard; más tarde se sentó ante el piano del club tocando e improvisando hasta el amanecer.
Bernstein trabajaba, se esforzaba y seguía concentrado en la meta de vivir de la música; pero dicha meta no sucedía; por ello se sentía a menudo perdido y sin opciones. Pese a ello, hubo dos decisiones que nos dan una idea de que algo en el joven Lenny sabía que no debía seguir un camino, sino varios:
Su tesis para Harvard dice mucho de la visión musical de Bernstein. Su título fue La Absorción de los elementos de la raza en la Música Americana. De esta forma se centró en explorar y defender su convicción de que existía un música inherentemente americana donde resaltaban autores como Gershwin o Copland pero donde era imprescindible contar con el jazz y la emergente música latinoamericana.
La otra decisión fue la de sacar su licencia musical con la unión de músicos de Boston, que le permitía tocar jazz en clubes y trabajar en otras salas, desechando el consejo de Mitropoulos, que le urgía a sacarse la de la AFM ante la posibilidad (que finalmente no se pudo llevar a cabo) de poder trabajar con él.
Tras Harvard desarrolló sus estudios en el Instituto Curtis de Filadelfia (que aquel año comenzó a dirigir Randall Thompson). Pese a ofrecer una formación musical amplia a todos sus alumnos, ofrecía especializaciones difíciles de encontrar en otras instituciones; entre ellas la dirección de orquesta.
La aridez que experimentó en Curtis encontró su contrapunto en los veranos en macrofestival y fiesta de la música clásica que se desarrollaba (y aún hoy lo hace) en Tanglewood. En aquel primer verano en Tanglewood corría el año 1940. Allí Koussevitzky tomó a Bernstein como alumno para dirección. Pudo conocer a muchos músicos, como Paul Hindemith, o e interactuar con amigos y conocidos (como un jovencísimo David Diamond, Lukas Foss (pupilo de “Kouss” y compañero en Curtis) o David Oppenheim.
Allí Bernstein sintió la felicidad e inspiración que no encontraba en Curtis: las clases, los paseos con sus maestros y compañeros, las largas charlas, el trabajo duro y, por fin, dirigir la joven orquesta al final del festival.
Las noches, especialmente cuando se acercaba a Nueva York, estaban llenas de oportunidades pero una de sus favoritas era asistir a jam sessions. Su hermana Shirley, a quien también le encantaba el jazz, lo acompañaba a menudo.
Harms-Wirmark le ofreció un trabajo, y Bernstein no estaba en condiciones de rechazar ninguna oferta por muy sobrepreparado que estuviese para el puesto. Su condición económica era muy difícil: a veces tocaba con los Revuers en el Vanguard o en Café Society, y acompañaba con el piano en un estudio de ballet. De modo que bajo el pseudónimo Lenny Amber (Bernstein significa ámbar) anotó las improvisaciones de los discos de jazz de la compañía (por ejemplo, los de Coleman Hawkins). Tenemos conocimiento de alguna que otra reseña con su álter ego.
De modo que tenemos a un joven de 24 años muy preparado, lleno de talento y reconocido como un genio ya por muchos… un genio que no encuentra su sitio ni puede pagar las facturas.
En el contrato con Harms-Witman se le ofreció la publicación de su sonata para clarinete,que a los pocos meses interpretó con Oppenheim en la estación de radio de Nueva York. Estaba además terminando su primera sinfonía, Jeremías. Componía, interpretaba, dirigía alguna orquesta puntualmente… pero sentía que todo eran castillos en el aire. Bernstein era un hombre francamente positivo y, a la vez, terriblemente frustrado, especialmente es esta época de su vida.
Y, un buen día, sucedió. No sucedió algo, sino todo.
La mezzosoprano Jennie Tourel eligió un tema de Bernstein para el repertorio de su esperado debut en Nueva York.
«I Hate Music» (Odio la música) fue el primer éxito de Leonard Bernstein como compositor. La crítica la alabó generosamente como lo mejor de la velada de Tourel.
La pieza y su título están inspirados en lo que exclamaba su compañera de piso cada vez que llegaba a casa y se encontraba lo que se encontraba.
Con suerte, sólo Lenny al piano, pero lo habitual era que aquello fuera el camarote de los hermanos Marx en versión musical de la década de los cuarenta en Nueva York.
La pieza y su título están inspirados en lo que exclamaba su compañera de piso cada vez que llegaba a casa y se encontraba lo que se encontraba.
Con suerte, sólo Lenny al piano, pero lo habitual era que aquello fuera el camarote de los hermanos Marx en versión musical de la década de los cuarenta en Nueva York.
Horas después del recital, Leonard Bernstein dirigió la Orquesta Filarmónica de Nueva York. La prensa no daba abasto para reconocer los méritos de este joven de 25 años. Un prodigio y un milagro, máxime al encontrarse con un joven apuesto, tan talentoso y abarcando tantos frentes musicales… un joven judío en plena II Guerra Mundial. Era noviembre de 1943.
Cuando meses después dirigió su primera sinfonía en Montreal, se encontró con el trombonista Tommy Dorsey, que le planteó a Bernstein la composición de una obra.
Ya había compuesto un tema pensando en una de sus vocalistas favoritas, Billie Holiday. Era Big Stuff, el primer número de Fancy Free, pero el caché de Holiday estaba por encima del presupuesto (Bernstein sólo cobró 300 dólares por componer el musical, pero el proyecto y su deseo de colaborar con el joven Jerome Robbins eran terminantes).
Por suerte, el tema bluesy fue grabado por Decca en 1945 tras el éxito de Fancy Free. Su intérprete fue Billie Holiday.
© Mirian Arbalejo
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