Había una vez un reino que no tenía trono ni rey.
En él sí había príncipes.
Bill Evans recomienda no desesperar porque algún día llegará nuestro príncipe
Miles Davis está de acuerdo con Evans en convertir Someday my prince will come, tema de la película de Walt Disney Blancanieves en un estándar de jazz
Y también un conde.
Count Basie no permitía que quedara un solo habitante del reino sin mover los pies
Su duque agasajaba a reinas de otros mundos.
A single petal of a rose, tema que compuso Duke Ellington a la reina de Inglaterra
Los pájaros emitían hermosos trinos.
Ornitología pura de la mano de Charlie Parker
Bird Calls, de Rudresh Mahanthappa
El tren silbaba saludando a su paso.
Ellington haciéndonos mover la manita para saludar al tren en Lucky Go Happy Local
Existía también un coloso, pero era un gigante que no daba miedo.
Nuestro Coloso, Sonny Rollins, y su Doxy
Había, por supuesto, mujeres hermosas.
Black Beauty, tema que compuso Duke Ellington tras la muerte de la joven Florence Mills
Pero en este reino las mujeres que sufrían alzaban su voz por el sufrimiento de otros.
Billy Holiday y su Strange Fruit
Los ciegos se encargaban de que el resto fuera capaz de ver, pues contaban con una visión que abarcaba mucho más que un par de ojos.
El maestro Art Tatum
Darn That Dream interpretada por Tete Montoliu
Con ustedes, Lennie Tristano. You Don't Know What Love Is
A los habitantes de este reino le gustaba el cine.
John Coltrane prestó mucha atención a Sonrisas y Lágrimas. Tanto que convirtió My Favorite Things en un estándar de jazz
Cautivos del Mal (The Bad and the Beautiful), de Vincente Minnelli, gustó en el reino, como demuestran Tony Bennett y Bill Evans
La música que creó Alex North para la película Espartaco causó mella en el reino. Y en Yusef Lateef
A J. J. Johnson le gustó algo más que Gene Tierney en la película de Otto Preminger Laura
Y la pintura.
Chelsea Bridge fue compuesto por Billy Strayhorn tras observar un cuadro del puente de Battersea en Londres
Fred Hersch visita los Cuadros de una exposición de Modesto Mussorgsky
Pero, sobre todo, les encantaba la música. Toda música posible. De cualquiera época. De cualquier mundo.
My Reverie, o Debussy según Terry Gibbs
El Cascanueces de Tchaikovsky con el swing de Shorty Rogers
El arte flamenco de Antonio Lizana en su versión de la Gnossienne n.º 3 de Erik Satie
En la Gruta del Rey de la Montaña, del Peer Gynt de Grieg, orquestado por Ellington y Strayhorn
Así suena Stevie Wonder en el saxo tenor de Sonny Rollins
El Cant Dels Ocells por Tete Montoliu
Paranoid Android, de Radiohead versionado por Brad Mehldau
El punto manouche de Cyrille Aimée en Off The Wall, de Michael Jackson
La ciencia y la religión convivían pacíficamente.
Synovial Joints, el manual musical de anatomía de Steve Coleman
A Love Supreme. Dios en la tierra contado por el profeta Coltrane
Astrologic, de Ernesto Aurignac
El reino contaba incluso con un monje supremo.
Thelonious Monk y uno de los cantos más hermosos del reino: 'Round Midnight
Kurt Elling interpreta el Lush Life de Billy Strayhorn
Pero para que los habitantes del reino vivieran en paz existía un hechizo secreto que se convirtió en ley. Una ley única que hoy vengo a contaros, y que es la siguiente: «De nada sirve si no tiene swing».
Texto © Mirian Arbalejo
El 30 de abril es el Día Internacional del Jazz (UNESCO, noviembre de 2011)
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