Billy Strayhorn hacia 1947.
William P. Gottlieb. Library Of Congress
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Billy Strayhorn fue un genio único que no sólo contaba con una capacidad sobresaliente como compositor y arreglista, sino también con una sensibilidad, una humanidad y una emoción tal en lo que creaba y adaptaba, que aún hoy es capaz de afectar a quien lo escucha de esa manera que sólo los genios pueden lograr: llevándonos a esos escenarios personales en los que es posible encontrar lo bello, enfrentar lo triste y transcender lo humano.
Su legado –como sucede con su "otro yo" musical, Duke Ellington– es ingente. Fue un creador prolífico y un trabajador incansable. Dedicó casi tres décadas de su vida a trabajar con Duke Ellington, creando con esta colaboración una de las parejas más celebradas y fructíferas que en términos musicales se han conocido.
La cantante Lena Horne, que consideraba a Strayhorn
el hombre de su vida. Gottlieb. Library Of Congress
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En lo personal, Strayhorn tuvo que lidiar con el cuándo y el dónde que le tocó en suerte, pues ser de raza negra y homosexual confeso en los Estados Unidos durante la primera mitad del siglo XX no era moco de pavo, amigos lectores.
Y en este escenario, durante aquel intervalo de tiempo, compuso cientos de temas, algunos de ellos tan conocidos como "Take the A train", "Lush life" o "Johnny come lately".
Hoy queremos destacar los arreglos que hizo en las increíbles suites que creó Ellington, tanto en la revisión de obras clásicas como El cascanueces de Tchaikovsky o Peer Gyngt de Edward Grieg, como en la creación de la propias suites de Ellington –sobre las que nos gustaría hablar más adelante–.
¿Es o no es un día para celebrar? A Duke Ellington no necesitamos preguntárselo. No. Ya lo dejó claro en su libro La música es mi amante:
"Billy Strayhorn era mi brazo derecho, mi brazo izquierdo, los ojos en mi nuca; sus ondas cerebrales estaban en mi cabeza y las mías estaban en la suya".
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