Cuando Columbia Records presentó en 1948 su Long Play de vinilo (LP o elepé) de 33 revoluciones por minuto consiguió entre otras una mejora definitiva respecto a los discos de 78 rpm: ciertamente era ésta una lucha del hombre por conquistar el sonido, pero más aún por conquistar el tiempo.
De este modo se consiguió superar las limitaciones que imponían los aproximadamente cuatro minutos de grabación posibles hasta la fecha para lograr un escenario prometedor con los más de 20 minutos por cara que brindaba el elepé de la Columbia.
Esta nueva posibilidad de grabación se enfocó muy especialmente en obras de música clásica: sinfonías, conciertos o suites que hasta entonces no podían registrarse en un disco de vinilo debido al reducido minutaje que ofrecía. Los artistas de música popular encontraron en los elepés la oportunidad de presentar trabajos que por primera vez podían contener una decena de temas.
El 18 de diciembre de 1950 Duke Ellington y su orquesta grabaron su primer elepé en los estudios de Columbia Records, en Nueva York. Las nuevas opciones técnicas que se le brindaban no pasaron desapercibidas para Ellington, quien, con su habitual sentido visionario, supo valorar en su medida una sesión de grabación que se antojaba histórica.
El primero de sus aciertos fue contar con la lucidez de no caer en la extendida tentación de poder ver una lista de temas superior a cualquiera hasta entonces. Más no significa necesariamente mejor. Sí vio en esta conquista del tiempo la posibilidad de ofrecer algo que hasta el momento sólo era posible presenciar en un concierto: unos arreglos de sus temas tal y como deseaba interpretarlos. Por otro lado, sería la última sesión que grabaría con Lawrence Brown, Sonny Greer y Johnny Hodges (alguno de ellos volvería más tarde), de modo que tanto Duke como su primero de a bordo, Billy Strayhorn, sabían que el precioso y único sonido que habían creado gracias a las características individuales de cada uno de sus músicos cambiaría irremediablemente; al fin y al cabo, siempre componían pensando en la interpretación personal que sus músicos aportaban a ese gran todo que fue la orquesta de Duke Ellington.
En estas circunstancias históricas, tecnológicas y personales se grabó Masterpieces by Ellington (titulado originalmente Masterpieces by Ellington in uncut concert arrangements), su primer elepé y a la vez su último testimonio de un sonido específico.
Superada la limitación temporal, Ellington pudo grabar por vez primera orquestaciones más libres en las que poder expresarse más allá de los cánones que las etiquetas insistían en imponerle. Efectivamente, de los cuatro temas que eligió para esta grabación tres de ellos fueron versiones sorprendentes de estándares propios. Nunca hasta entonces podría haberse registrado en una sesión de grabación un Mood Indigo que superara los 15 minutos o una versión de Sophisticated Lady de 11 y medio (el tercer estándar es Solitude, con 8:26). Es destacable en estas versiones el infranqueable estilo en la música de Ellington, ajeno a intento alguno por recordar la era del swing o por adecuar la obra a la alargada sombra del bebop. Los arreglos son refrescantes, sorprendentes, libres de géneros pero partícipes de todos ellos a un tiempo: desde las influencias clásicas de los movimientos europeos hasta los efectos musicales dominados en los salones de baile. Todo ello tiene lugar en estos arreglos originales y definitivamente sofisticados.
Pero no sólo pudo presentar sus conocidos temas desde la lógica evolución que habían experimentado con el paso de los años sino que también aprovechó la oportunidad de grabar un título que tenía apenas un par de años de vida pero que, dada su extensión, sólo se había podido interpretar en directo, más exactamente en un concierto en el Carnegie Hall en 1948. Ahora, por vez primera, la orquesta de Ellington podía grabar en este Long Play de Columbia una fascinante composición titulada The Tattooed Bride (La novia tatuada). El tema consta de tres movimientos (Kitchen Stove, Omaha y Aberdeen) y según la definición del propio Ellington se trata de un striptease musical.
The Tattooed Bride narra la noche de bodas de un marinero y su esposa, y la sorpresa de éste al descubrir que el cuerpo de la novia estaba lleno de tatuajes de la letra w en diferentes formas y tamaños. En la presentación del tema en el concierto del Carnegie Hall el propio Ellington cuenta cómo están descritas en el tema estas "w" como un tza tzoo tza tza.
Naturalmente, en el año de composición del tema una novia tatuada no era algo habitual pero sin duda Ellington encontraba fascinante esta posibilidad pues la música que compuso a partir de esta premisa es algo exótica, pero también sugerente y ciertamente sensual. Todo en The Tattooed Bride es brillante: el trabajo de orquestación, los diálogos entre secciones, el camino narrativo que va marcando el cambio en el tempo o en el ritmo, la construcción de una tensión que va creando la incorporación de cada una de las secciones hasta alcanzar diversos clímax (muchos con el estallido de la sección de trompetas y los agudos salvajes de intérpretes como Cat Anderson), el walking de Wendell Marshall ligando los movimientos con elegancia junto con el piano de Duke, el swing entusiasta, el sonido sofisticado e intachable de esta orquesta, los solos emocionantes e inteligentes de estos caballeros virtuosos que componían la que probablemente era la orquesta de jazz más importante de su época, y, sobre todo, ese sonido, el que sólo pudo existir cuando la sensibilidad y el talento para la composición de Duke Ellington nos eran transmitidos a través de un todo formado por individuos específicos como Harry Carney, Johnny Hodges, Russell Propcope o Sonny Greer (por nombrar solo a unos pocos).
Cuando Columbia acabó imponiendo sus gramófonos y sus elepés, el disco de Ellington ya estaba básicamente descatalogado; sólo algunos pocos contaban con un ejemplar. Esta joya existía ya de forma minoritaria, de modo que su inevitable destino era ese oasis que no entiende de méritos y que llamamos olvido.
Cuenta Fred Kaplan cómo incluso Michael Cuscuna confesó no tener conocimiento de esta obra hasta que curioseando en antiguas grabaciones de la Columbia llamó su atención una versión de Mood Indigo de más de 15 minutos; supuso que se trataría de algún ensayo, pero al constatar la existencia de Masterpieces by Ellington reeditó en 2004 la obra en cedé (y añadió 4 títulos más, entre ellos una fascinante versión de Smada recuperada de un single de Okeh). A partir de este reencuentro se han publicado valiosas versiones, como la remasterización de Sony Music con tecnología DSD o la reedición en vinilo a manos de Analogue Producctions.
Sin embargo una de las ocasiones más recomendables para disfrutar de The Tattooed Bride tendrá lugar el próximo mes de mayo durante el concurso-festival Essentially Ellington que organiza +Jazz at Lincoln Center ; seremos nosotros quienes tengamos que agudizar al máximo nuestros sentidos para no quedar rezagados ante esta novia moderna y atrayente, tanto que habremos de poner cuidado en no quemarnos las yemas de los dedos al intentar alcanzarla.
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