Nada cautiva más al ser humano que una buena historia. Si ésta resulta además ser verídica, nuestro interés aumenta y también lo hace nuestra inclinación a compartirla con otros.
La aún joven historia del jazz ha dejado cientos de anécdotas memorables, muchas de ellas de naturaleza casi cinematográfica: desde el asesinato de un músico por haber bebido un licor envenenado dirigido a otra víctima hasta la composición de una suite y posterior creación de un único ejemplar de un disco de vinilo para conmemorar haber conocido a una persona. Hechos brutales o sublimes, pero hechos humanos en todo caso.
Cuando hace unos días hablábamos sobre la figura de Juan Tizol en la serie sobre estándares de jazz, se mencionó, a propósito de los contrastes en su biografía y en su carácter, la navaja que a menudo portaba, y tras la referencia que se hizo respecto a un incidente con el contrabajista Charles Mingus, se despertó el interés de algunos lectores.
Tanto Tizol como Mingus fueron hombres de fuerte carácter, de aspecto corpulento y naturaleza intimidante.
En el caso del trombonista Juan Tizol existía cierta mitología por la navaja que solía llevar a mano “porque nunca se sabe”, lo que irremediablemente ayudó a crear esa aura de personaje de cine negro que siempre lo acompañó. Sin embargo, y para ser justos, hay que decir que Tizol era un hombre de antónimas facetas, y que esta intimidante presencia suya podía tornar en la de un devoto marido que abría una tienda de delicatessen junto con su esposa.
Algo parecido sucede con la imponente figura del contrabajista Charles Mingus, a quien atribuir un carácter fuerte rozaría la categoría de eufemismo. El temperamento de Mingus era conocido y temido tanto dentro como fuera del escenario.
Charles Mingus fotografiado por Tom Marcello Webster en 1976 |
Sin embargo, ambos músicos compartían un nexo común antes de trabajar juntos: Duke Ellington.
Mingus veneraba a Ellington desde su infancia, de modo que, cuando en 1953 Duke lo convocó para tocar en su orquesta, la confirmación fue automática. Por desgracia este sueño duró apenas unos días, pues la colisión de hibris parecía inevitable.
Gracias a la biblioteca, conservamos los testimonios de nuestros antihéroes. Efectivamente, el propio Mingus describe el incidente en su autobiografía Beneath the Underdog (Menos que un perro en su edición en castellano; Editorial Mondadori). En su versión cuenta cómo Tizol le entregó una partitura que él interpretó de forma diferente, enfureciendo al trombonista, que había preparado los arreglos para el contrabajo. Según Mingus la discusión se enfocó en una descalificación racial de Tizol, aunque, teniendo en cuenta el entorno profesional y personal de Juan, carecería de lógica este enfoque a menos que deseara abrir la ampliamente documentada caja de Pandora de Charles Mingus.
El segundo acto, escena primera, contaría con un afilado personaje más.
Según la versión de Juan Tizol, publicada en el fantástico libro Jazz Anecdotes, de Bill Crow, concuerda en su enfado por la forma de interpretar el solo en el que había trabajado, censurando que estuviera tocando el contrabajo como si de un chelo se tratara. Pero en este testimonio la respuesta iracunda corresponde a Mingus, a quien se le achaca la agresión con un atizador.
De modo que en esta puesta en escena —literalmente hablando, pues todo ello tuvo lugar sobre el escenario— nos encontramos con dos navajas: la de Tizol y la de Ockham. Pues si tomamos que la teoría más sencilla es la más probable, contamos con dos hechos seguros:
Por un lado, que Mingus tocó la pieza una octava por encima que lo que indicó Tizol en la partitura. Por otro, ambos músicos tenían un temperamento fuerte y de pronta mecha.
Pero como toda buena dramaturgia, los caprichosos actos de los hombres no llevan a nada sin una buena conclusión, que por lo general vendrá de boca del corifeo o del hombre más sabio del reparto. Sospecháis bien; introdujimos al personaje en el prólogo de esta representación.
Charles Mingus recrea en su libro las palabras y las formas que utilizó Ellington cuando lo citó en su camerino después del incidente, y, aún hoy, son referidas como uno de los ejemplos que han sabido captar el encanto de Duke incluso mientras despide a uno de sus músicos (cosa que, por cierto, hizo en muy pocas ocasiones). El propio Mingus tras la descripción de ese monólogo concluye: "la encantadora forma en que lo dice es como si te estuviera haciendo un cumplido. Sintiéndote honrado, estrechas su mano y entregas tu carta de renuncia".
Sin embargo, éste no fue el final de esta relación de admiración mutua entre Ellington y Charles Mingus. Nueve años más tarde, Duke lo convocó junto con el baterista Max Roach para hacer historia. Era septiembre de 1962 y, pese a que de nuevo fueron necesarias las habilidades conciliatorias del duque, tuvo lugar la grabación de Money Jungle, un disco atemporal que necesitaba nutrirse del desgarrado ánimo de Charles Mingus deslizándose por las cuerdas de su contrabajo.
© Mirian Arbalejo
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