Recientemente realicé un visionado de la película documental Searching for Sugar Man, un trabajo del director Malik Bendjelloul, y posiblemente el legado más importante de la corta vida del cineasta.
El largometraje, realizado con sentido del guión y sensibilidad estética, se centra en la figura casi fantasmagórica de Sixto Rodríguez, un músico de Detroit que obtuvo cierto reconocimiento pero cuyas ventas fueron prácticamente inexistentes en EE UU.
Sin embargo, en la otra punta del mundo, Rodríguez era poco menos que un héroe nacional. En Sudáfrica se lamentaban de los rumores sobre la trágica muerte de un músico que nunca supo que había vendido cientos de miles de copias y cuyas canciones eran escuchadas por tres generaciones de sudafricanos.
Durante el desarrollo del filme me resultó difícil no extrapolar las aventuras y desventuras del protagonista con las de las figuras humanas y musicales de muchos de los artistas que por elección o inevitabilidad han elegido el jazz como modo de expresión en mi ciudad, Madrid.
Evidentemente, no se trata ni mucho menos de almas en pena que pululan por los suburbios, ni existe —que se sepa— mito alguno de músico de jazz prendiéndose fuego en pleno escenario o mostrando poderes clarividentes en las letras de sus canciones.
Lo que sí es cierto es que muy a menudo estos excelentes músicos no son profetas en su tierra, y no porque no sean reconocidos, sino porque acaban llegando a un público muy reducido. Otro asunto es lo que sucede en otras latitudes, pues las «Sudáfricas» de estos artistas, considerados a menudo de forma injusta y simplista como locales o nacionales, suelen venir acompañadas por el reconocimiento no sólo de la crítica, sino también de aquellos a quienes estos mismos músicos consideran maestros atemporales del género.
Pero al volver a España encontrarán el mismo árido entorno de circuitos reducidos, telones que crean fallas sobre escenarios, clubes que desaparecen víctimas de diversos pecados políticos y desesperanzadoras farsas de endogamias promocionales.
Pese a que estos profesionales de la música son en la mayoría de los casos referentes de su instrumento, con titulaciones académicas para quitar el hipo y currículos profesionales cuya extensión los haría difícilmente imprimibles con un solo cartucho, muchos de ellos, como el protagonista del documental de Bendjelloul, suelen tener que recurrir a menudo a otro trabajo que les asegure una cierta regularidad y, con suerte, una pensión que les permita jubilarse antes de cumplir los 104 años.
Parece que resultó significativo para el público de Searching For Sugar Man que Sixto Rodríguez trabajara en la construcción y tocara en antros (según testimonios) de Detroit, y quizá por eso resulte hoy sensiblemente impulsivo poner la atención en el reconocido solista de jazz que trabaja en una gasolinera de Madrid o en el abogado que ejerce de día y se convierte en pianista en las noches madrileñas o neoyorquinas.
Rodríguez camina haciendo frente a las tormentas de nieve mientras en Madrid los epicentros del desastre son más cercanos a los desatinos innatos a las incapacidades de las administraciones de gestionar los bienes culturales.
Otra conclusión clara tras el visionado del filme es por qué muchos artistas optan por el valiente —y arriesgado— camino de la autoproducción de sus trabajos, aunque es éste un tema que daría para un tratado extenso y al que deberíamos quizá atender en una ocasión futura.
Compartida queda esta pequeña sesión de sorpresas y descubrimientos que rodó Malik Bendjelloul con el deseo de que mantengáis los ojos y los oídos abiertos a los Sixto Rodríguez que caminan junto a vosotros, en vuestra propia ciudad.
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