Bobby McFerrin + Noa Lur Quartet
MadGarden Festival. 22 de julio de 2014
3/4 partes del aforo. Entre 44 y 60 euros
Cuando Noa Lur salió al escenario de MadGarden, lo primero que dijo fue que se sentía honrada de cantar en el mismo escenario que Bobby McFerrin; la tácita realidad no sólo respondía a ese honor de que ella hablaba, sino también al gran reto de contender varios frentes que ante ella y los músicos que la acompañaban se habían abierto. No es fácil llamar la atención de un público distraído en un entorno abierto y, a priori, no destinado para fines acústicos pese a su aspecto lúdico.
Pero un cuarteto con una rítmica como la que convocó Noa Lur en su concierto, con Moisés P. Sánchez al piano, Toño Miguel al contrabajo y Michael Olivera a la batería, no podía pasar en modo alguno desapercibido ni siquiera en aquellos oídos indiferentes a su entorno. Puede que reaccionaran mínimamente a la melodía familiar de Chega de Saudade, de De Moraes/Jobim, pero fue el trabajo armónico, sorprendente e inteligente de estos músicos lo que, junto con la personal voz de Lur, hizo el ejercicio del flautista de Hamelín frente a un respetable sin actitud para la lírica.
Homenajeó a Abbey Lincoln con Throw it Away, tema en el que estuvo acompañada tan solo con el contrabajo y la percusión, literalmente a cargo de las manos de Michael Olivera, que renunció a las baquetas creando así la carga personal que el tema requería.
Posiblemente el momento más íntimo del cuarteto llegó con I Remember, tema que Jorge Fontecha compuso para el primer trabajo de Noa Lur, y que en esta ocasión Moisés P. Sánchez introdujo de forma heterodoxa pero definitivamente indicada, a su modo, pero también al modo de lo que sucedía, con su estilo personal, en el que en un mismo concierto nos hace recordar a Rachmaninov y a Bill Evans sin dejar de ser él mismo en ningún momento.
Y llegó McFerrin para presentar su trabajo, SpiritYouAll, un escenario nuevo para su ecléctica y personal carrera pero profundamente familiar, incluso de manera literal, pues en gran modo se trata de una recreación y un homenaje a la música que durante gran parte de su vida le rodeó, ya que formaba parte de lo que su padre, el barítono Robert McFerrin, cantaba habitualmente en su entorno.
Ese encuentro con el folk, el blues, el bluegrass y los espirituales formó el germen de este proyecto personal y familiar de Bobby McFerrin, en el que, además, cuenta con la voz de su hija Madison, evidenciando con mayor fuerza ese pase de testigo entre generaciones y definiendo como algo precioso aquellos regalos intangibles que nos son dados por nuestros padres y que McFerrin en esta ocasión no sólo transmite a su propia descendencia, sino también a nosotros, su público. De ahí el título de su trabajo y del primer tema que presentó en MadGarden: Spirityouall.
Un concierto de Bobby McFerrin (Manhattan, 11 de marzo de 1950) es siempre una experiencia directa con un vocalista excepcional e inclasificable en cuya voz los géneros se transforman, viajando a través de sus cuatro octavas (casi cinco, de hecho). Así sucedió con su interpretación de Joshua Fit The Battle of Jericho o Fix Me Jesus –presente ya en el disco de Robert McFerrin (Arkansas, 1921 - San Luis, 2006) Deep River–, recordándonos que para él el scat es un juego de niños y se produce con la misma facilidad con la que respira.
Pero no todo lo destacable del concierto fue su principal vocalista; de hecho los seis músicos que lo acompañaron crearon junto con él una banda con un sonido sobresaliente, en la que la complicidad y el talento fueron clave para crear efectos únicos y momentos imborrables. Todos ellos (excepto Madison McFerrin, aportando su voz) fueron multiinstrumentistas; desde el viejo amigo Gil Goldstein, responsable de piano, teclado y acordeón (en ocasiones tocando dos a un tiempo) hasta David Mansfield, un auténtico hombre orquesta (por algo es conocido no sólo como intérprete sino también como compositor), que pasaba de la guitarra, al violín o al banjo sin pestañear siquiera cuando se rompía alguna cuerda. Tuvimos siete músicos sobre el escenario pero más de una docena de instrumentos (el propio McFerrin pasó al piano de Goldstein en algún momento del concierto).
Los amantes de los estándar tuvimos nuestra primera –breve– recompensa con Fly Me To The Moon, introduciendo uno a uno los instrumentos y recibiendo la melodía de la cálida voz de McFerrin.
La gran sorpresa de la noche llegó cuando el vocalista convocó a un invitado especial y, tras su presentación, apareció en el escenario nuestro Jorge Pardo, flauta en mano, por supuesto. Con él interpretó una recogida versión de Can't Find My way Home.
Cualquiera que conozca a este artista sabe que el humor es inherente a él. McFerrin es un músico profundamente lúdico; forma parte de él, no es algo discutible ni exótico: su música es cálida, carga mucha emoción, es amable y alocada, es espiritual, pero siempre provoca la sonrisa y, por supuesto, la caracajada y el juego con su público. En esta ocasión, claro está, también fue así.
La diversión llegó con las versiones de Wild Thing de Chip Taylor, interpretada al más puro estilo The Troggs y, sobre todo, con la imitación (y no sólo mientras cantaba) de Elvis Presley y su Can't Help Falling in Love. Divertido y memorable.
Todas estas experiencias fueron hiladas con bastante coherencia por parte de una banda bien compenetrada y comprometida con un proyecto en el que no cupo duda alguna: el nexo común no podía ser otro que el amor, que Bobby McFerrin no sólo ubicó en el cielo, sino claramente también en la tierra.
Fotografías de Roberto Domínguez.
Cuando Noa Lur salió al escenario de MadGarden, lo primero que dijo fue que se sentía honrada de cantar en el mismo escenario que Bobby McFerrin; la tácita realidad no sólo respondía a ese honor de que ella hablaba, sino también al gran reto de contender varios frentes que ante ella y los músicos que la acompañaban se habían abierto. No es fácil llamar la atención de un público distraído en un entorno abierto y, a priori, no destinado para fines acústicos pese a su aspecto lúdico.
Pero un cuarteto con una rítmica como la que convocó Noa Lur en su concierto, con Moisés P. Sánchez al piano, Toño Miguel al contrabajo y Michael Olivera a la batería, no podía pasar en modo alguno desapercibido ni siquiera en aquellos oídos indiferentes a su entorno. Puede que reaccionaran mínimamente a la melodía familiar de Chega de Saudade, de De Moraes/Jobim, pero fue el trabajo armónico, sorprendente e inteligente de estos músicos lo que, junto con la personal voz de Lur, hizo el ejercicio del flautista de Hamelín frente a un respetable sin actitud para la lírica.
Homenajeó a Abbey Lincoln con Throw it Away, tema en el que estuvo acompañada tan solo con el contrabajo y la percusión, literalmente a cargo de las manos de Michael Olivera, que renunció a las baquetas creando así la carga personal que el tema requería.
Posiblemente el momento más íntimo del cuarteto llegó con I Remember, tema que Jorge Fontecha compuso para el primer trabajo de Noa Lur, y que en esta ocasión Moisés P. Sánchez introdujo de forma heterodoxa pero definitivamente indicada, a su modo, pero también al modo de lo que sucedía, con su estilo personal, en el que en un mismo concierto nos hace recordar a Rachmaninov y a Bill Evans sin dejar de ser él mismo en ningún momento.
Y llegó McFerrin para presentar su trabajo, SpiritYouAll, un escenario nuevo para su ecléctica y personal carrera pero profundamente familiar, incluso de manera literal, pues en gran modo se trata de una recreación y un homenaje a la música que durante gran parte de su vida le rodeó, ya que formaba parte de lo que su padre, el barítono Robert McFerrin, cantaba habitualmente en su entorno.
Ese encuentro con el folk, el blues, el bluegrass y los espirituales formó el germen de este proyecto personal y familiar de Bobby McFerrin, en el que, además, cuenta con la voz de su hija Madison, evidenciando con mayor fuerza ese pase de testigo entre generaciones y definiendo como algo precioso aquellos regalos intangibles que nos son dados por nuestros padres y que McFerrin en esta ocasión no sólo transmite a su propia descendencia, sino también a nosotros, su público. De ahí el título de su trabajo y del primer tema que presentó en MadGarden: Spirityouall.
Un concierto de Bobby McFerrin (Manhattan, 11 de marzo de 1950) es siempre una experiencia directa con un vocalista excepcional e inclasificable en cuya voz los géneros se transforman, viajando a través de sus cuatro octavas (casi cinco, de hecho). Así sucedió con su interpretación de Joshua Fit The Battle of Jericho o Fix Me Jesus –presente ya en el disco de Robert McFerrin (Arkansas, 1921 - San Luis, 2006) Deep River–, recordándonos que para él el scat es un juego de niños y se produce con la misma facilidad con la que respira.
Pero no todo lo destacable del concierto fue su principal vocalista; de hecho los seis músicos que lo acompañaron crearon junto con él una banda con un sonido sobresaliente, en la que la complicidad y el talento fueron clave para crear efectos únicos y momentos imborrables. Todos ellos (excepto Madison McFerrin, aportando su voz) fueron multiinstrumentistas; desde el viejo amigo Gil Goldstein, responsable de piano, teclado y acordeón (en ocasiones tocando dos a un tiempo) hasta David Mansfield, un auténtico hombre orquesta (por algo es conocido no sólo como intérprete sino también como compositor), que pasaba de la guitarra, al violín o al banjo sin pestañear siquiera cuando se rompía alguna cuerda. Tuvimos siete músicos sobre el escenario pero más de una docena de instrumentos (el propio McFerrin pasó al piano de Goldstein en algún momento del concierto).
David Mansfield visto por Roberto Domínguez en Barcelona |
Los amantes de los estándar tuvimos nuestra primera –breve– recompensa con Fly Me To The Moon, introduciendo uno a uno los instrumentos y recibiendo la melodía de la cálida voz de McFerrin.
La gran sorpresa de la noche llegó cuando el vocalista convocó a un invitado especial y, tras su presentación, apareció en el escenario nuestro Jorge Pardo, flauta en mano, por supuesto. Con él interpretó una recogida versión de Can't Find My way Home.
Cualquiera que conozca a este artista sabe que el humor es inherente a él. McFerrin es un músico profundamente lúdico; forma parte de él, no es algo discutible ni exótico: su música es cálida, carga mucha emoción, es amable y alocada, es espiritual, pero siempre provoca la sonrisa y, por supuesto, la caracajada y el juego con su público. En esta ocasión, claro está, también fue así.
La diversión llegó con las versiones de Wild Thing de Chip Taylor, interpretada al más puro estilo The Troggs y, sobre todo, con la imitación (y no sólo mientras cantaba) de Elvis Presley y su Can't Help Falling in Love. Divertido y memorable.
Todas estas experiencias fueron hiladas con bastante coherencia por parte de una banda bien compenetrada y comprometida con un proyecto en el que no cupo duda alguna: el nexo común no podía ser otro que el amor, que Bobby McFerrin no sólo ubicó en el cielo, sino claramente también en la tierra.
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