Imaginad que pudierais utilizar una máquina del tiempo que, sin peligro alguno, os permitiera viajar al pasado y convivir con la orquesta de Ellington y con el propio Duke. Podríais, por ejemplo, tomar un helado en el porche de su casa en Sugar Hill junto con su hijo Mercer o asistir a los ensayos de la orquesta.
Con la deliciosa novela de Mick Carlon, Riding On Duke's Train (Montado en el Tren de Duke) (Leapfrog Press), podéis vivir la experiencia completa: viajaréis en el tren plateado que Ellington alquilaba para desplazarse por los Estados Unidos y formaréis parte del emocionante viaje (casi una expedición) musical y personal que su orquesta realizó entre marzo y abril del año 1939 por una Europa que se preparaba para una guerra inminente ante la amenaza nazi, cuyo régimen tendrá un gran peso en la novela, máxime cuando se recrea el hecho histórico de la retención, a su paso por la frontera de Hamburgo, del tren en que Ellington y sus "costosos caballeros" se dirigían para tocar en Dinamarca.
Hacía ya cuatro años que Alemania había vetado la que denominaban música de negros. "Oh, vaya, y yo que pensaba que tocábamos jazz", dirá Duke.
En esta aventura por la Europa prebélica tendremos la oportunidad de tomar contacto con los Jóvenes del Swing (Swing kids) en Alemania o los Hot Club franceses, y de conocer al mismísimo Django Reinhardt.
Todo ello lo viviremos a través de los ojos de Danny, un niño de 9 años que viaja con la orquesta. Él será los ojos de Carlon; será vuestros ojos. Sin embargo, el Ulises de esta Odisea no puede encarnarse en otro que en Ellington; su orquesta será su tripulación. Sin lugar a dudas, la Atenea omnipresente en esta historia, la compañera, cómplice y protectora de nuestro Odiseo moderno, es, como bien sospecháis, la Música. Y es que, efectivamente, Riding On Duke's Train es una Odisea del jazz narrada en veinte cantos. Su estructura narrativa será la homérica: comienza in media res, ante la bola de cristal de una gitana en París: nuestro particular oráculo griego, que ha de resultar ser infalible.
Rex Stewart fotografiado por William P. Gottlieb |
Una de las claves para recuperar negro sobre blanco personalidades tan diversas y carismáticas como son todos y cada uno de los componentes de este irrepetible grupo humano y musical (y muy especialmente la de una figura tan singular y a un tiempo tan compleja como fue Duke Ellington) reside sin duda en el amplio conocimiento que Carlon posee sobre cada uno de ellos y sus circunstancias. No en vano, Mercedes Ellington, nieta de nuestro duque, dijo al propio Carlon: "Has captado a mi abuelo. Ha sido como pasar tiempo con él de nuevo". Algo similar sucedió con el crítico e historiador Nat Hentoff que, en la misma línea, confirmó al autor que el personaje de su novela era el Duke Ellington que él conoció.
Es realmente satisfactorio encontrar en estos días un autor que domine el arte de escribir con sencillez, y que esta sencillez no responda a la simpleza sino a la pureza. Conseguir decir mucho con poco y ser capaz de crear atmósferas reales con unos personajes con los que (a excepción del pequeño Danny) un narrador no puede darse licencias si desea ser fiel a su proyecto, es uno de los méritos de la novela de Carlon.
Él es consciente de que recae en nosotros la tarea de la transmisión de estos hechos; del pensar y sentir de estos seres humanos. Tarea ésta difícil entre los hispanohablantes, que aún no tenemos la suerte de poder acceder a una traducción en castellano de Riding On Duke's Train, pese a ser éste un libro tan versátil y didáctico, capaz de llegar a tantos tipos diferentes de lectores (no necesariamente amantes del jazz) de tan diversas edades. De hecho, la novela forma parte del sistema educativo estadounidense y, por ello, es leída cada año por miles de jóvenes que podrán de este modo hacer suyos a estos iconos tan emblemáticos de la cultura del siglo xx y de esta música llamada jazz.
Riding On Duke's Train. Leapfrog Press. 2012
160 páginas
ISBN: 978-1-935248-06-4
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