Lugar: Festival de Jazz de Madrid. Auditorio del Centro Cultural Conde Duque. Madrid
Fecha: 11 de noviembre de 2016. 19:30 horas
Aforo completo
Presentación del disco Salto al vacío, de Pablo Martín Caminero
Pablo M. Caminero: contrabajo
Ariel Brínguez: saxofones
Toni Belenguer: trombón
Moisés P. Sánchez: piano
Borja Barrueta: batería
Paquito González: percusión
@ Fotografía: Álvaro López del Cerro/Madrid Destino |
Es bien sabido que en Música hay ciertos requerimientos básicos; digamos que la armonía, el ritmo y la melodía en la composición, y la desenvoltura en la interpretación. Cuando el músico encuentra su lenguaje y ofrece honestidad, se trasciende la partitura y se conquista la difícil cualidad de crear emoción.
En el caso de Salto al vacío —disco que presentó Pablo Martín Caminero en el Festival de Jazz de Madrid—, la probidad en la composición, la autoridad en la interpretación de los seis músicos que se adueñaron del escenario y la habitual capacidad de provocar una respuesta sensible en quien escucha traspasó una rara linde: la de la música como un instrumento de narración efectivo e intensamente descriptivo.
Los efectos plásticos y sensitivos que se crearon con el tema que da título al disco superaron con mucho lo meramente auditivo. Y aunque el autor dio aviso con su ya proverbial elocuencia de que iba a abrir el concierto con Jazz flamenco programático —y pese a que no vamos a restarle razón—, lo cierto es que Salto al vacío está más cerca de una suite que de un tema de fusión programática.
Que nadie se engañe con estos conceptos pues no forman parte de ningún manual de musicología misteriosa, sino de la descripción de una vivencia real del compositor. Vamos, que se tiró en paracaídas y nos lo ha contado con precisión milimétrica y una capacidad narrativa decididamente audiovisual y casi literaria.
Que nadie se engañe con estos conceptos pues no forman parte de ningún manual de musicología misteriosa, sino de la descripción de una vivencia real del compositor. Vamos, que se tiró en paracaídas y nos lo ha contado con precisión milimétrica y una capacidad narrativa decididamente audiovisual y casi literaria.
Los cuatro movimientos que componen esta pieza-suite (El despertar del héroe, Aproximación, El salto, ¡Estamos vivos!) narran la experiencia valiéndose de todos los medios imaginables (o más bien inimaginables) para lograr los efectos de sonido que permitirán que el oyente pueda realizar ese salto al vacío. Esos medios no se limitarán al contrabajo repleto de recursos que rebasó hace tiempo un lenguaje único de géneros, como mostró en su primer —y sucesivos— solo. Ni el testigo que tomó Toni Belenguer con su vibrante swing, recordándonos por qué es considerado por muchos el mejor trombonista de Europa. Tampoco fue terreno exclusivo del carismático saxofón de Ariel Brínguez en su bop creativo y, como es costumbre, elegante.
No. En el escenario no hubo reglas pero sí un marcado objetivo por crear una experiencia real para quien escuchaba en su butaca.
Por eso, en este punto, hay que indicar que, al comienzo de esta crónica, donde reza Moisés P. Sánchez: pianista, léase también papelista sobre cuerdas; lo mismo sucede con Paquito González: percusión, convertido en esta ocasión en agitador de abrigo.
Doy fe: sentimos miedo antes del salto, alcanzamos la sensación de vacío, el viento fue un fuerza terrible, el sonido del paracaídas reclamó nuestra concentración y la euforia tras el salto perduró.
La emoción que es capaz de crear este sexteto sobrepasa con mucho este jazz narrativo. Encontraremos ternura y afecto en Valse pour Noor y Eider, buceando en mares orientales o reclamando absoluta atención al piano de Moisés P. Sánchez, que fue en realidad muchos pianos en un solo teclado, reinterpretando herencias y expresándose como el gran creador que es.
Fusionar el jazz y el flamenco no es fácil. O, dicho con mayor rotundidad, no es fácil hacerlo bien. Aún más difícil es lograrlo con excelencia.
La fusión bien entendida, bien compuesta y mejor interpretada la encontraremos en Por Camineras y en el homenaje a unas falsetas de Paco de Lucía que obsequiaron como bis.
En esta ocasión el líder del grupo no se atrevió a contar el porqué del título Por Camineras porque «estaba feo» (preguntaremos al flamencólogo Faustino Núñez entonces), pero avisó de que tenía «un groove un poco singular» (recuerden, nos habíamos decantado algunos párrafos atrás por proverbial elocuencia).
La fusión como tal no importa en las composiciones de Pablo M. Caminero y, posiblemente, esta despreocupación ante las etiquetas, unida a una formación excepcional y la convicción por crear un trabajo honesto sean algunos de los pilares clave para que este Salto al vacío emocione, convenza y alcance algunas de las metas a que aspira el arte: abstraer a quien lo presencia y reclamar su sensibilidad.
La fusión como tal no importa en las composiciones de Pablo M. Caminero y, posiblemente, esta despreocupación ante las etiquetas, unida a una formación excepcional y la convicción por crear un trabajo honesto sean algunos de los pilares clave para que este Salto al vacío emocione, convenza y alcance algunas de las metas a que aspira el arte: abstraer a quien lo presencia y reclamar su sensibilidad.
La elección de cada uno de los músicos tampoco es fortuita, y será, de hecho, un elemento básico del éxito del grupo como un todo. El trabajo de la batería y la percusión de Barrueta y González será un motor pero también la caricia cuando la composición lo requiere.
La manera de dialogar de Brínguez y Belenguer y crear matices sorprendentes será otro de los elementos de lujo del sexteto.
Cuando el contrabajista anunció que había dedicado su disco a Esther Cidoncha y a Juan Claudio Cifuentes, «Cifu», el aplauso en el auditorio fue espontáneo. Y, con Cifu para los amigos, llegó uno de los momentos más plenos del concierto.
Belenguer presentando la melodía sobrecogió, el contrabajo abrazó pronto el tema, Brínguez marcó la sonrisa con su visita a Milestones (sintonía de uno de los programas de Cifu), el piano exigió improvisación y la percusión ya estaba más que entregada a ella, a la locura vital y el civilizado arte que componen el denominador común entre el homenajeado y los seis músicos que celebraban el aquí y el ahora: ese arte se llama, como todos saben, jazz.
@ Texto: Mirian Arbalejo
@ Fotografías: Álvaro López del Cerro/Madrid Destino
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