Gregory Porter durante su actuación en el Festival de Jazz de Madrid (Fotografía de Álvaro López del Cerro) |
Debí haber prestado más atención a las señales. No sólo porque las entradas para el concierto que ofreció Gregory Porter en Madrid llevaban tiempo agotadas, sino porque al llegar al Centro Cultural de la Villa/Fernán Gómez encontré seguidores del cantante que sostenían con cierta solemnidad carteles en busca de una entrada. Menor discreción mostraban aquellos que acechaban en la taquilla pidiendo, suplicando, mendigando u ofreciendo pingües lucros a cambio de mi acreditación.
Ya en el auditorio, Porter (Los Ángeles, 1971) fue recibido entre vítores, aplausos y sonrisas de devoción. Es un músico muy querido, cierto, y esta entrega de su público no responde únicamente a su talento como vocalista —con ese timbre de enorme expresividad y profundidad que lo caracteriza en torno a su amplia tesitura de barítono— sino también a su carisma. Dominar un escenario y fascinar a su público de forma casi hipnótica forma parte del ADN de Gregory Porter.
Reconozco que en varios momentos del concierto recordé la mítica escena de Blade Runner (Ridley Scott, 1982). Ya imagináis: el monólogo del replicante Roy Batty con su «He visto cosas que jamás creeríais...».
Hoy puedo decir que, en un festival de jazz, he escuchado a un público corear todas las canciones, dar palmas marcando el ritmo sin que se les pidiera desde el escenario, bailar en las butacas y levantarse a aplaudir al finalizar cada tema.
¿Sabéis lo que es un cover? Es un término en boga para definir una versión (de una canción de otro artista, por tanto). Si hubierais tenido sentado a vuestra derecha al chaval que ocupó dicha butaca, habríais dominado el concepto en todo su esplendor. Coreografía incluida en la totalidad de los temas. En más de una ocasión su fervor se le iba de las manos y tuve que emular a la torre de Pisa en dirección contraria a su interpretación para poder escuchar la de Porter.
Esto, queridos lectores, es el público soñado de cualquier músico (con la excepción de Keith Jarrett, claro está). Hubo más palmas que en El Rocío y mayor consagración a su deidad que un grupo de vestales.
Lo curioso de este fenómeno fan que tuve el enorme gusto de presenciar es que pese al carisma y el talento como vocalista de Gregory Porter (mostró un gran scat en On My Way To Harlem), su capacidad como compositor no encuentra un buen equilibrio con su nivel como intérprete.
Y por ello no puedo dejar de preguntarme dónde se encuentra este precioso público durante los conciertos que otros magníficos vocalistas ofrecen en su ciudad durante el resto del año.
@ Texto: Mirian Arbalejo
@ Fotografía: Álvaro López del Cerro/Madrid Destino
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